29 julio 2006

Le Jardin de l’Oubli (El Jardín de la Memoria)

He contado historias del Bosque, pero nunca del Jardín. Hay un Jardín, donde a veces, se pierde y allí, no puedo encontrarla. Lo hace porque quiere, es su voluntad, consciente del abandono al que me somete cada vez que decide darse un paseo por el Jardín de la Memoria, que malintencionadamente, he llamado en francés “Le Jardin de l’Oubli”, y no es un error de traducción, es una doble interpretación.

En ese Jardín, deja de ser el Angelito Adorado, la Flor más hermosa, la Ardilla Traviesa, y su mirada se vuelve tan fría que tengo que buscar un refugio que no tengo, para protegerme de una probable hipotermia de cariño. Allí, se recrea en su memoria, y disfruta con los protagonistas de su pasado, y arropándose en ese pasado, olvida su presente, un presente que pronto se convertirá en hojas secas de pasado también, pero del pasado inútil, del que hay que retirar del Jardín.

Cada vez que lo hace, yo, presente continuo inexplicable, veo de lejos cómo se aleja.

Ellos son los que estuvieron, a veces. Yo soy el que decidió un día no dejar de estar. Y el que busca colores, sabores, sonidos, aromas, suavidad, para ella.

Soy la Sombra del que escribe, pero esta noche, me duelen los dedos.

El gato volverá a las calles, a pasear por los tejados, a sonreír con su mirada canalla, y a maullar para que le echen algo de comer, pero puede que cambie de Callejón, y que no resulte tan fácil encontrarle.

25 julio 2006

Todos los días son tan aburridos como un domingo


Everyday is like Sunday
everyday is silent and grey

(Morrissey)

El camino hacia el lugar en el que trabajo es un decorado tan aburrido como un telediario que siempre dice lo mismo. Guerra-Atasco. Corrupción - Oficina. Cotilleos-Cotilleos.

Amanece, sí, que no es poco, pero tampoco es mucho. Y veo en la Bola de Cristal de mis recuerdos todas aquellas pequeñas costumbres espontáneas, paradoja poética, que se convirtieron pronto en gotitas de agua bendita caída del Cielo de la Ilusión. Esta noche no hay ni una nube, y no creo que llueva.

He vuelto a subir a los tejados, porque nunca he dejado de ser un Gato Callejero. Y lo que veo es lo de siempre: una ciudad dormida eternamente. Creo que mis maullidos desesperados no consiguen alcanzar los oídos de los que no quieren escuchar. Y tú... ¿me estás oyendo?

24 julio 2006

Para ella

Sol, despiértala suavemente, subiendo despacio su persiana, y acaríciala hasta que abra los ojos, sin deslumbrarla.
Espejo, hazle ver que es la más bella del Reino, y que no hay otra como ella.
Agua, despeja los restos de sueño que asoman por su rostro, y provoca su primera sonrisa.
Pan, sal del horno tierno pero crujiente, con el tueste adecuado para que no pueda resistir la tentación de morderte, y sé consciente de tu suerte.
Prendas, cubrid su cuerpo con cariño, y que su piel sienta la suavidad de vuestros tejidos.
Cochecito, llévala sin sobresaltos, y tú, caja de cambios, pasa de una marcha a otra sin que lo note, y vosotros, frenos, actuad sólo cuando sea necesario pero no la mováis demasiado, para que su viaje sea placentero.
Naturaleza, despliega para ella lo más hermoso del amanecer, y hazle sentir la vida que tienes dentro y que le brindas todos los días.
Oficina, no seas tan hostil, y haz que su jornada sea corta; y tú, pantalla, no se te ocurra abusar de sus ojos, porque te desconectaré si veo que lo intentas.
Teléfono, no suenes más de lo necesario y que todos tus mensajes sean alegres.
Tarde, regálale una temperatura agradable, y una piscina sin gente para nadar, y un helado de chocolate.
Luna, ven a darle las buenas noches, y comparte con ella los secretos del tiempo, y acompáñala al País de los Sueños.
Y ahora, vosotros, Angelitos, cuidadla mientras duerme, para que mañana el sol la vuelva a despertar suavemente y su vida tenga vistas al Mar de la Tranquilidad.

18 julio 2006

El Bosque (epílogo)

Hace mucho, mucho tiempo, años, que son como varias navidades o como varias vacaciones en la playa, imagínate, conocí a una ardilla. Era tan guapa, y tenía una mirada tan pura, y me escuchaba con tanta atención, que enseguida supe que era una ardilla especial. Vivía en un bosque denso y frondoso en el que no me atreví a entrar, porque ya estaba habitado; los cantos de sirena de mi entorno me terminaron de alejar de ella. Y pasó el tiempo, mucho, mucho tiempo, años, que son como soplar las velas de una tarta varias veces, o como mirarse en el espejo y ver que has cambiado. Descubrí que las sirenas son seres mitológicos creados por uno mismo, y que en realidad no existen más que por la imagen que nos hacemos de ellas. El desengaño, la decepción me devolvieron a una profunda soledad. De pronto, de repente como cuando empieza a llover sin avisar, o como cuando alguien te hace un regalo porque sí, vi que la ardilla seguía saltando de rama en rama, y me miraba, y me escuchaba con la misma atención que antes, hace mucho, mucho tiempo... bueno, eso.

No me invitó a entrar con palabras, pero poco a poco, observé por sus gestos que me permitía tímidamente acercarme a su Bosque, adentrarme en él. De hecho, empezó a comer algunas nueces cuando yo se las ofrecía, y su confianza fue creciendo, tanto que me tiraba las cáscaras vacías a la cabeza si no le quedaban existencias, y era capaz de comer a su manera delante de mí, con sus mordisquitos de animalito salvaje, sin pudor, dejándome acariciar su larga y preciosa cola, que daba calorcito en invierno.

Jugué con ella a desafiar al viento, a cortarlo corriendo por su Bosque, aunque ella aguantaba esas carreras mucho más que yo. Conocí el Río de los Recuerdos, un río de aguas tumultuosas, abundantes y que bajaban con tanta fuerza que podían llegar a arrastrarte. Me enseñó la Gruta de los Secretos, un lugar íntimo de acceso restringido, y compartimos la paz del Claro de las Flores Malvas, tumbados, mirando al cielo, un punto exacto de su Bosque donde había tanta belleza que la emoción podía hacerte llorar.

Me convertí en un visitante habitual y, todos los días, buscaba alguna atención, un pequeño detalle para ella, inventaba historias en su honor, y llegué a crear mundos imaginarios llenos de ángeles que velaban su descanso, animalitos que la hacían sonreír, y lunas que hablaban, para estimular sus sueños.

Las ardillas son inquietas y revoltosas; Ardillita (hasta su nombre era bonito), vivía muy pendiente de todos los habitantes de su Bosque, los que siempre habían estado allí (esta historia ya la he contado anteriormente en el Diario de un Gato Callejero, ¿os acordáis?), y necesitaba seguir con su vida porque no aceptaba tantas novedades que no le hacían falta. Un día, me hizo ver con ciertos silencios combinados con algunas duras palabras, que estaba de más, que ocupaba demasiado su tiempo, y que ese no era mi Bosque. Yo sólo quería hacerla muy feliz, os lo prometo, palabra de Perrito, y comprendí que no era yo quien conseguiría tan bello propósito.

Me marché, salí del Bosque sin regresar al mío, porque ya no había lugar donde pudiese estar sin recordar sus ojos, su rostro, sus manitas, su pies de ardilla, su hermoso pelaje, y sobre todo, lo reconfortante que era pasar las horas con ella en cualquier lugar haciendo todo o nada, y escuchar su voz, y abrazarla... y sentir su presencia, la más cálida que haya sentido jamás.

Caminé por un sendero que no conocía, el Sendero del Final, un camino solitario que me llevó hasta la imponente presencia del Océano del Fracaso, donde las Olas de los Errores Cometidos golpean con tanta fuerza que hacen daño. El agua no tardó en buscarme y me atrapó.

Sólo queda de mí una sombra, que se mueve silenciosamente en el vacío de mi inexistencia.