26 noviembre 2006

La Noche

Me puse tan elegante para la ocasión que arranqué así su primera sonrisa de la noche. Supongo que sonrió también por la cara de idiota que se me quedó al verla. Yo, trajeado, que ya es bastante cómico, y dibujando con los ojos el contorno de su cuerpo, delicadamente cubierto por un vestido imposible. “¡Qué guapa eres!” (¡Qué original soy!).

En mi casa, todo estaba preparado para una cena apetitosa, de las que despiertan todos los sentidos. El equipo de música simulaba con calidad digital el sonido particular de los discos analógicos, y la luz tenue recordaba la letra de una vieja canción. Olía bien, el horno, otro de mis aliados, terminaba de cocinar el plato fuerte, patatas con salmón, que había improvisado para ella. Sentados en el sofá, compartíamos exquisitos entrantes, langostinos frescos, foie con confit de frambuesa, tostas de queso fundido, y un buen vino. Nuestra conversación era fluida, y sin pactarlo, vi que habíamos despedido por esta noche al Pasado, tan inoportuno a veces, así que sólo estábamos ella, yo, y ese algo mágico que se va creando en el ambiente y que no tiene nombre. Solemos comer despacio, y tras un par de horas, y dos botellas vacías, se estiró y me dijo que se iba a tumbar, mientras yo preparaba la fondue de chocolate con frutas variadas. Toda la casa olía a chocolate. Me levanté para ir a la cocina, pero me retuvo y me regaló un beso inesperadamente explícito. Con las piernas temblando, fui a por el postre, y al volver, la imagen con la que me encontré es una de las más bellas que jamás he visto. Estaba tumbada, recostada de lado, y la postura de sus piernas dejaba ver el tipo de medias que había estrenado para esta noche especial. Sus ojos brillaban ante la luz de la vela que traspasaba con descaro el rojo sobrante de una de las copas de vino, creando un reflejo parecido a un pequeño rayo láser. Tropecé, y pese a mantener el equilibrio, una gota de chocolate se lanzó hasta mi camisa como queriendo salvar su vida. Nos reímos como dos niños. “Espera, voy a mojártelo un poco para que no quede mancha”. Empapó la punta de una servilleta y se puso a limpiar despacio, con mucho cuidado, el circulito chocolatero que había alcanzado mi pecho como un disparo de pistola. Al frotar a un ritmo tan lento, no pude evitar estremecerme. Ella lo notó y, dejando la servilleta, desabrochó dos botones, como para comprobar si el chocolate había alcanzado mi piel. Efectivamente, había una pequeña traza del accidente, que se puso a limpiar con la boca mientras mis manos, inevitablemente, se posaban como dos naves en el planeta de su cuerpo. Jamás pensé que unos labios pudieran tener tanta fuerza. Mi excitación fue en aumento y mis manos pasaron de su espalda hasta sus hombros, deslizando una parte del vestido hasta mostrarme la única prenda inquebrantable, capaz de resistir sus senos sin caer rendida. Llevaba un sujetador de color negro que dejaba entrever en cada copa el color rosáceo que coronaba las cumbres, y pensé en el privilegio de tan honrosa misión: era el encargado de sostener y proteger una de las zonas más sensibles de su cuerpo. Qué suerte. Por respeto, lo bordeé con las yemas de mis dedos, como si estuviera reconociendo la forma para un catálogo de lencería para ciegos. Dicen que en momentos de excitación, el tamaño del pecho aumenta hasta un veinte por ciento. No se me dan bien las matemáticas, pero fui testigo de la lucha que se inició entre sus dos preciosas formas de mujer y el sujetador, como si sus senos quisieran liberarse por la fuerza, y aunque la prenda privilegiada se resistía, las puntas iban ganando terreno, tensando la tela. Para calmar el efecto, creí que lo mejor era besarlas, pero el resultado fue el opuesto. Su cuerpo se alteró aún más y noté que había dejado de jugar con sus labios y ahora respiraba con más fuerza. Mi lengua humedeció la fina tela calada, y al sentir esa humedad, su boca emitió, sin abrirse, un sonido sin vocales. Sus manos agarraron mi pelo y tiró hacia atrás, como reteniendo mi acción, como si me estuviera apartando por precaución, y al separarme un poco pude ver su cara, con los ojos entreabiertos mientras sus piernas se iban abriendo y acoplando mi cuerpo al suyo. No dejábamos de movernos, y nos besamos otra vez, ahora con un ímpetu tal que creí que íbamos a rompernos las mandíbulas. Fue ella la que llevó de nuevo mis manos hasta su pecho, y esta vez, decidí que la ropa estaba de más entre nosotros, así que liberé sus senos agradecidos y entre convulsiones, sus manos buscaron mi deseo creciente para acercarlo al suyo... ... ... ... ... ... ...

Aquella noche fue tan larga que duró tres días. Desde ese momento, cada vez que enciendo una vela, veo el brillo de sus ojos, y recuerdo su cuerpo, y pienso que Dios y el Diablo no deberían jugar y hacer apuestas, porque acabarán perdiendo, los dos.

19 noviembre 2006

Nunca te he regalado una estrella

Nunca he sido capaz de regalarte una estrella, que te diera tanto calor en invierno que cerraras los ojos para volar hasta una playa soleada, con palmeras. Nunca he sido capaz de mostrarte una luz tan intensa que, en noches oscuras, te diera la luz suficiente para no sentirte sola. Nunca he logrado que busques un astro en el cielo, pensando que tiene que estar ahí aunque no lo encuentres. Nunca te he ofrecido un punto de referencia, que te ayudara a localizar el norte, ese norte que se pierde tantas veces.

Nunca te he regalado una estrella, tan lejana, que lo que ves sea parte del pasado, y tan cercana que sientas que todavía puedes verla, una estrella que marque en tus ojos el brillo suficiente para seguir caminando, en este mundo sin estrellas.

12 noviembre 2006

It's not a crime

Como un niño, no consigo comprender y sigo soñando
Como un adolescente, no paro de escuchar esta canción
Como un adulto, me equivoco
Como persona, soy un estúpido

Estupidez: "torpeza notable en comprender las cosas".


DEEP WATERS (Incognito)
(J.P. Maunick/R. Bull)

Is it a crime
For me to be feeling this way
I’m going out of my mind
And there's no change from my runaway love
Is it a dream (Is it a dream)
That I'm throwing in the wishing well
I'm losin' control
Body and soul (Body and soul)
Standin' here waiting for a train that may never come
I saw the signs
I'd read the book
I should have had a second look
But, girl you caught me dreamin'
And there were times you'd come around
And we'd agree just to be friends
Tell me who was foolin' who

Chorus:
Deep waters, I'm drownin' in
Deep waters, slowly drownin' in deeper
Deep waters, I'm drownin' in
Deep waters, slowly drownin' in deeper

What do I say, what can I say
Where words have failed me before
What do I do, when I'm feeling so blue
And there's no place, for me to run and hide
I saw the sun inside your smile
And wished for more than just a while
Cause, girl you caught me dreaming
A giant step into the dark
We threw caution to the wind
Tell me who was fooling who

Chorus
(I'm drownin')(Deeper, deeper, deeper)(I'm drownin' in deeper)
Oh, I saw the signs
I read the book
I should have had a second look
'Cos, girl you caught me dreamin'
And there were times you'd come around
And we'd agree just to be friends
Tell me who was fooling, fooling who
Chorus Repeat (Fade)

11 noviembre 2006

Palabras contra paredes

Hay días en los que las palabras que intentas hacer llegar a otros oídos rebotan contra las paredes de la indiferencia, y vuelven dañadas, con contusiones. Así, lanzo “cariño” y vuelven, discutiendo, las supervivientes “riña”, dejando por el camino dos letras y un significado que podían haber cambiado el rumbo de la historia. Si digo “Amor”, sólo regresa “mar” en un oleaje inmenso y peligroso, dispuesto a engullir al pirata más intrépido que se cree capaz de llevar una nave a buen puerto, pobre idiota, una nave de papel. Un “te quiero” se convierte, al golpear contra la pared fría y dura de quien no quiere escuchar, en un “¿qué?” tajante de desdén y extrañeza, matando despacio todo el significado real de un verbo que, a menudo, se tergiversa.

No quiero hablar más contra las paredes, no quiero hacerle daño a mis propias palabras, que sólo pretenden traducir lo que tengo dentro.
No quiero que mis palabras se desentiendan, ni que nadie las transforme.
Cariño es cariño, y nadie debería cambiar este sentimiento.

01 noviembre 2006

El niño 3/3

Creía haber amaestrado su lengua, pero ésta seguía haciendo de las suyas. A menudo, se daba cuenta del exceso de sus palabras, eso sí, la erre había dejado de ser un problema.

No sé si nacer es bueno o malo, pero sé que ser adolescente es lo peor, y ser adulto es empezar a caminar hacia el final. Adulto. Erre.

Trabajaba en una ciudad gris, en un edificio gris, en una oficina gris. Suplía la monotonía de los colores fríos a golpes de imaginación, una amiga fiel de la infancia.

Hasta que un día...

Solía madrugar, y tras una ducha estimulante, se preparó un exquisito café, solo, corto y cremoso, y se sentó frente al televisor. El primer informativo barría lo cotidiano con aburrimiento, hasta que una noticia relacionada con una estrella le hizo prestar atención: “La Estrella S141271, perteneciente a la constelación de La Ardilla ha sido fotografiada con nitidez desde un observatorio de la provincia de Cuenca. Les dejamos con estas bellas imágenes y nos despedimos hasta...” apagó el televisor, buscó las llaves de su coche y se marchó, sin saber por qué, a la hora en la que las ciudades aún duermen.

Llegó al lugar en el que las luces de los semáforos se enamoran, y le pareció recordar levemente haber estado allí cuando era más pequeño. Las imágenes de un paso de cebra se mezclaban con las de una tarde en la que miraba al cielo, a más de mil kilómetros de allí. Se detuvo ante el semáforo en rojo, y vio cómo se disponía a cruzar, bajo una fina lluvia, una chica muy guapa que caminaba apresuradamente, sin duda llegaba tarde. Observó su delicada figura y sus rasgos, un pelo precioso protegido del agua por un paraguas de los que nunca se cierran bien, y una forma de andar tan especial que, sin querer, sonrió sin entender todavía qué hacía allí, al otro extremo de la ciudad.

En un lugar del Cielo, Dios jugaba a los dados con el Diablo.

Su timidez no le impidió bajar la ventanilla para gritarle, en un inesperado impulso: “Perdona, ¿nos conocemos?” Ella había alcanzado la mediana del ancho Paseo; se giró, sorprendida y sonriendo, iba a contestar cuando un autobús que circulaba en sentido contrario se quedó sin frenos y pasó a gran velocidad por su lado, golpeando su paraguas que saltó por los aires en mil pedazos.

Salió del coche y tuvo que abrazarla para que la dulce muchachita no se cayera, sus piernecitas de princesa casi no la sostenían y el susto la hacía temblar, pero soltaron la tensión del momento en un ataque de risa cómplice, como si se conocieran desde siempre. La risa dio paso a una mirada intensa y profunda. El silencio se rompió cuando él, sonriendo, le dijo: “Eres la Estrella S141271”, acariciando su pelo, suave como la cola de una ardilla roja.