06 enero 2008

Insurrección

¿Dónde estabas entonces, cuando tanto te necesité?
Nadie es mejor que nadie, pero tú creíste vencer.
Si lloré ante tu puerta, de nada sirvió.

Barras de bar, vertederos de amor
Os enseñé mi trocito peor:
Retales de mi vida, fotos a contraluz...

Me siento hoy como un halcón herido por las flechas de la incertidumbre.

Me corto el pelo una y otra vez; me quiero defender.

Dame mi alma y déjame en paz,
Quiero intentar no volver a caer...
Pequeñas tretas para continuar en la brecha

Me siento hoy como un halcón llamado a las filas de la insurrección.

El Último de la Fila

Hubo algún momento en el que quisiera haber desaparecido de la faz de la Tierra... en el que los cuervos se acercaban a mí buscando arrancarme los ojos, dándome por muerto... tiempos en los que el Cielo parecía haber conspirado con el Infierno contra mí... y mi propio espejo devolvía una imagen dantesca de mí. Me hiciste tanta falta, que no alcanzo a comprender por qué te reafirmaste en tu postura, creyendo que era lo mejor, que hacías bien, y que no tenías que tenderme la mano, porque era como ceder ante un enemigo (inexistente). No pude contar con nadie, ni siquiera contigo.

Derramé océanos de lágrimas esperándote, despidiéndome, bajo tu ventana, en tu portal, de madrugada o a plena luz del día, y fue inútil no poner límites a mi sensibilidad, por ridículo que resultara ante los ojos de los demás, porque los hombres no lloran; y no sirvió de nada que vieras la tristeza reflejada en mi mirada.

El alcohol me hizo vomitar pasajes de mi vida en los lugares más sórdidos de la ciudad, aquellos en los que las copas se burlaban de mí, viendo mis capacidades tan mermadas que no era capaz de articular las consonantes de mi propio nombre, dejándome, al día siguiente, recuerdos borrosos de mis noches infernales con sabor a aspirina doble.

Las dudas me hieren hoy como balas que atraviesan mi cuerpo, sin lograr acabar con mi vida, y sigo en pie, intentando comprender... pero en mi cabeza no existen alfabetos ni cifras, sólo signos de interrogación, que me hacen tropezar.

Y sonrío, y me quedo serio, y quiero cambiar mi imagen, y pongo canciones que me permiten recuperar cierta cordura, como si la locura me atacase desde diversos flancos y buscase cualquier medio para vencerla.

Mi vida te pertenece porque, sin pedírmela, decidí entregártela. Ahora, convencido... creyendo estar convencido, de lo poco que te importa, quiero que me la devuelvas, porque no la necesitas.

No quiero verme de nuevo en el suelo; quizás por eso, a pesar de mi debilidad y de mi poca fe, intento inventar nuevos argumentos que me hagan ver que soy capaz de seguir adelante.

Porque hoy, por fin, quiero rebelarme contra ti. Porque hoy, al fin, he decidido que, por pequeño que sea, tengo derecho a ser yo quien decide, quien dice "no".