El niño (1/3)
Se bajaron diez paradas después y llamaron a la puerta de una pequeña casa destartalada, con un jardín descuidado, en las afueras de París. Sin embargo, y pese al aspecto deplorable del entorno, olía bien. Les recibió una señora mayor, amiga de la familia, quien permitió al chavalín que se quedara jugando en el jardín, siempre que no se desabrochara el abrigo reciclado de su hermano mayor que le resguardaba del frío. El crío se sentó en una piedra, junto a un enorme castaño, y se puso a mirar al cielo. Como casi siempre, había nubes, muchas nubes de algodón, que le recordaron primero una de sus golosinas favoritas. Pero, tras un rato de observación, las nubes fueron formando imágenes en el cielo gris de la ciudad. La primera fue algo parecido a una letra, que el pequeño dibujó en el aire, sonriendo. Después, otra nube mucho más compleja le hizo fruncir el ceño hasta que la imagen se formó en su pequeño cerebro. Era una nube en forma de princesa, muy parecida a la de un cuento que andaba por su habitación. “Une princesse”, dijo en voz alta, como hacen a veces los niños solitarios. Por fin, una tercera nube, la más grande, se fue desvaneciendo sin que él se diera cuenta que estaba anocheciendo, hasta que desapareció dando paso a una hermosa luna. Volvió a sonreír y un escalofrío recorrió fugazmente su espalda; mientras, una estrella en el cielo pareció brillar por un momento con mucha más intensidad. Pensó que esa estrella debía encontrarse a más de mil kilómetros, porque los niños saben que el universo no es tan grande como lo dibujan los mayores (qué sabrán los mayores del universo).
Regresaron a casa, ya era tarde, y después de cenar, el pequeño se acostó con la sensación de que ese día, había ocurrido algo, pero como era un crío, unos seis años, se durmió a los dos minutos y no volvió a recordar esta historia.