Ya no estaré
Foto: Juanjo, uno de mis lugares preferidos de París, desde otro ángulo.
Puedes dejar de existir, pero siempre quedará tu sombra
Los primeros aviones acaban de despegar, y en ellos, se agolpan los que tenían prisa. Algunos no han podido encontrar billete, pero para eso están los Trenes de Alta Velocidad. He oído los rugientes motores de coches potentes que dejaban las marcas de sus ruedas en el asfalto, desapareciendo como flechas hacia su destino inmediato.
Todo esto no tiene nada que ver conmigo; en mi caso, el tiempo es lo de menos.
Camino sin maletas hacia la vieja estación. El caudal del río es abundante y el agua corre más que yo. Me entretiene ver cómo un tronco a la deriva me adelanta, como cuando era pequeño y enrollaba un billete de metro usado –era un barco-, y me dedicaba a seguirlo para verlo navegar por las peligrosas corrientes de los “caniveaux” de Levallois, en aquellos tiempos en los que Nintendo no había parido su primera consola; y le seguía y le seguía, hasta que me tropezaba con algún adulto, que siempre están ahí cortando el rollo, haciéndome perder de vista para siempre a mi barquito.
No sabría decir si hace frío o calor, porque no me he dado ni cuenta. Mi mente divaga entre mis tres diarios: el de mi pasado, que tiene páginas imposibles de arrancar, el de mi presente, que me gusta cada vez menos, y el que me queda por escribir, éste me importa muy poco.
Lo que sé es que he decidido marcharme como vine, sin fiestas ni fuegos artificiales, y como mi destino está todavía por definir, no me importa llegar antes o después.
La estación está desierta. Me pregunto si es real o estoy empezando a soñar despierto. No sé si estoy en París, Madrid, en un lugar del pasado o empezando a caer en la espiral de la eternidad.