Le Jardin de l’Oubli (El Jardín de la Memoria)
Cada vez que lo hace, yo, presente continuo inexplicable, veo de lejos cómo se aleja.
Puedes dejar de existir, pero siempre quedará tu sombra
Cada vez que lo hace, yo, presente continuo inexplicable, veo de lejos cómo se aleja.
Everyday is like Sunday
everyday is silent and grey
(Morrissey)
El camino hacia el lugar en el que trabajo es un decorado tan aburrido como un telediario que siempre dice lo mismo. Guerra-Atasco. Corrupción - Oficina. Cotilleos-Cotilleos.
Amanece, sí, que no es poco, pero tampoco es mucho. Y veo en la Bola de Cristal de mis recuerdos todas aquellas pequeñas costumbres espontáneas, paradoja poética, que se convirtieron pronto en gotitas de agua bendita caída del Cielo de la Ilusión. Esta noche no hay ni una nube, y no creo que llueva.
Hace mucho, mucho tiempo, años, que son como varias navidades o como varias vacaciones en la playa, imagínate, conocí a una ardilla. Era tan guapa, y tenía una mirada tan pura, y me escuchaba con tanta atención, que enseguida supe que era una ardilla especial. Vivía en un bosque denso y frondoso en el que no me atreví a entrar, porque ya estaba habitado; los cantos de sirena de mi entorno me terminaron de alejar de ella. Y pasó el tiempo, mucho, mucho tiempo, años, que son como soplar las velas de una tarta varias veces, o como mirarse en el espejo y ver que has cambiado. Descubrí que las sirenas son seres mitológicos creados por uno mismo, y que en realidad no existen más que por la imagen que nos hacemos de ellas. El desengaño, la decepción me devolvieron a una profunda soledad. De pronto, de repente como cuando empieza a llover sin avisar, o como cuando alguien te hace un regalo porque sí, vi que la ardilla seguía saltando de rama en rama, y me miraba, y me escuchaba con la misma atención que antes, hace mucho, mucho tiempo... bueno, eso.
No me invitó a entrar con palabras, pero poco a poco, observé por sus gestos que me permitía tímidamente acercarme a su Bosque, adentrarme en él. De hecho, empezó a comer algunas nueces cuando yo se las ofrecía, y su confianza fue creciendo, tanto que me tiraba las cáscaras vacías a la cabeza si no le quedaban existencias, y era capaz de comer a su manera delante de mí, con sus mordisquitos de animalito salvaje, sin pudor, dejándome acariciar su larga y preciosa cola, que daba calorcito en invierno.
Jugué con ella a desafiar al viento, a cortarlo corriendo por su Bosque, aunque ella aguantaba esas carreras mucho más que yo. Conocí el Río de los Recuerdos, un río de aguas tumultuosas, abundantes y que bajaban con tanta fuerza que podían llegar a arrastrarte. Me enseñó la Gruta de los Secretos, un lugar íntimo de acceso restringido, y compartimos la paz del Claro de las Flores Malvas, tumbados, mirando al cielo, un punto exacto de su Bosque donde había tanta belleza que la emoción podía hacerte llorar.
Me convertí en un visitante habitual y, todos los días, buscaba alguna atención, un pequeño detalle para ella, inventaba historias en su honor, y llegué a crear mundos imaginarios llenos de ángeles que velaban su descanso, animalitos que la hacían sonreír, y lunas que hablaban, para estimular sus sueños.
Las ardillas son inquietas y revoltosas; Ardillita (hasta su nombre era bonito), vivía muy pendiente de todos los habitantes de su Bosque, los que siempre habían estado allí (esta historia ya la he contado anteriormente en el Diario de un Gato Callejero, ¿os acordáis?), y necesitaba seguir con su vida porque no aceptaba tantas novedades que no le hacían falta. Un día, me hizo ver con ciertos silencios combinados con algunas duras palabras, que estaba de más, que ocupaba demasiado su tiempo, y que ese no era mi Bosque. Yo sólo quería hacerla muy feliz, os lo prometo, palabra de Perrito, y comprendí que no era yo quien conseguiría tan bello propósito.
Me marché, salí del Bosque sin regresar al mío, porque ya no había lugar donde pudiese estar sin recordar sus ojos, su rostro, sus manitas, su pies de ardilla, su hermoso pelaje, y sobre todo, lo reconfortante que era pasar las horas con ella en cualquier lugar haciendo todo o nada, y escuchar su voz, y abrazarla... y sentir su presencia, la más cálida que haya sentido jamás.
Caminé por un sendero que no conocía, el Sendero del Final, un camino solitario que me llevó hasta la imponente presencia del Océano del Fracaso, donde las Olas de los Errores Cometidos golpean con tanta fuerza que hacen daño. El agua no tardó en buscarme y me atrapó.
Sólo queda de mí una sombra, que se mueve silenciosamente en el vacío de mi inexistencia.